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viernes, 28 de febrero de 2014

Las tres hilanderas

Cuentos para la infancia y el hogar
de los hermanos Grimm.
The Three Spinning Women o Las tres hilanderas (ATU, type 501) es un cuento recopilado por los hermanos Grimm que tiene sus antecedentes en otra versión del cuento llamada Las siete pequeñas cortezas de cerdo, recopilado por Giambattista Basile (Pentamerón, 1634), y cuyo argumento es muy similar. Es un cuento muy extendido por las diferentes tradiciones europeas con múltiples versiones, pero la más conocida acaba siendo siempre la de los hermanos Grimm. En concreto, este texto es una traducción de la edición de 1857 de sus cuentos (primera traducción al inglés).


Para José Esparza Rodríguez.

Érase una vez una chica tan holgazana que no hilaba. Su madre no había podido conseguir que lo hiciera, no importaba lo que le dijera. Al final, la ira y la impaciencia pudo con la madre y la pego, y la chica empezó a llorar a gritos.

La reina justo pasaba por allí, y cuando oyó a alguien llorar ordenó parar el carruaje, fue a la casa, y le preguntó a la madre porqué había golpeado a su hija hasta el punto de hacerla llorar tanto que se la oía al otro lado del camino.

La  mujer se avergonzó al confesar la pereza de su hija, y dijo: 

—No puedo hacer que deje de girar la rueca. Ella quiere hacerla girar una y otra vez para siempre, y yo soy pobre y no puedo conseguir el lino.

La reina le respondió:

—No hay nada que me guste más oír que la rueca hilando. Nunca he sido más feliz que cuando las ruedas están tarareando. Deja que tu hija venga conmigo, a palacio; tengo lino suficiente. Allí podrá hilar y contentar su corazón.

La madre estuvo de acuerdo con eso, y la reina se llevó a la chica consigo. Al llegar al palacio la llevó escaleras arriba a tres habitaciones que se habían llenado desde el suelo hasta el techo del más fino lino.

—Ahora hila este lino para mí —le dijo—, y cuando hayas acabado, tendrás a mi hijo mayor como marido. No te preocupes si eres pobre. Tu incansable industria será suficiente para una dote.

La chica estaba asustada por dentro, pues no sería capaz de hilar el lino, incluso si viviese hasta los trescientos años, sentada allí cada día, desde la mañana hasta el anochecer. Cuando se encontró sola empezó a llorar, y justo así se quedó tres días, sin mover una mano. Al tercer día la reina volvió, y cuando vio que nada se había hilado todavía se sorprendió. La chica se excusó a si misma diciendo que era porque se sentía muy dolida al estar lejos de la casa de su madre, y no había sido capaz de empezar.

Eso satisfizo a la reina, pero cuando se fue le dijo:

—Mañana deberás empezar mi trabajo.

Cuando la chica se quedó sola otra vez no sabía qué hacer, o a dónde pedir ayuda. En su desesperación se asomó a la ventana. Allí vio tres mujeres que se dirigían hacia ella. La primera tenía un pie enorme y ancho, la segunda tenía el labio inferior tan grande que le caía sobre la barbilla, y la tercera tenía el pulgar muy gordo.

Se detuvieron fuera de la ventana, mirándola, y le preguntaron a la chica qué era lo que le pasaba.

Ella se lamentó de sus problemas a ellas, ante lo que ellas le ofrecieron su ayuda, diciendo:

—Si nos invitas a tu boda, no te avergüenzas de nosotras, nos llamas tías, y nos dejas sentarnos a tu mesa, hilaremos todo el lino por ti, y en un espacio muy breve de tiempo.

—Con todo mi corazón —respondió—, venid aquí dentro y empezad el trabajo al instante.

Así ella dejó que las tres extrañas mujeres entrasen, y limpiasen todo el espacio de la primera habitación cuando ellas se sentaron y empezaron a  hilar. La primera tiraba del hilo y giraba la rueda con el pedal, la segunda humedecía el hilo, y la tercera lo retorcía, y luego lo apretaba en la mesa con su dedo. Cada vez que ella se percataba, una madeja del más fino hilo que se podía hilar caía al suelo.

La chica mantuvo a las tres hilanderas ocultas de la reina, pero cuando ella venía, la chica enseñaba la gran cantidad de hilo que había hilado. Pero la reina no estaba lo suficientemente orgullosa.

Cuando la primera habitación se quedó vacía, ya habían empezado con la segunda, y luego la tercera que también fue rápidamente limpiada.

Las tres mujeres se fueron diciéndole a la chica:

—No te olvides de la promesa que nos has hecho. Te traerá buena suerte.

Cuando la chica le mostró a la reina las tres habitaciones vacías y la gran cantidad de hilo apilado, se empezaron los preparativos para la boda. El novio estaba también feliz pues iba a tener una esposa inteligente y laboriosa, y se enorgullecía de ella enormemente.

—Tengo tres tías —dijo la chica entonces—. Ya que ellas han sido muy buenas conmigo, no puedo olvidarme de ellas en  mi buena fortuna. Permíteme que las invite a la boda, y que las deje sentarse a nuestro lado en la mesa.

La reina y el novio dijeron:

—¿Por qué no íbamos a permitirlo?

Los festejos dieron comienzo, y las tres mujeres, vestidas con extrañas ropas, entraron.

La novia dijo:

—Bienvenidas, querías tías.

—Oh —dijo el novio—, ¿qué te llevó a estas horribles amistades?

Entonces él fue a la del pie enorme y le preguntó:

—¿Por qué tienes ese pie tan ancho?

—De pedalear la rueca —respondió—. De pedalear.

El novio fue a la segunda y le preguntó:

—¿Por qué tienes ese labio que te cae?

—De lamer hilo —respondió—. De lamer. 

Entonces fue a la tercera y le preguntó:

—¿Y por qué tienes tú ese pulgar tan gordo?

—De retorcer hilo —respondió—. De retorcer hilo.

El príncipe, alarmado, le dijo:

—Mi hermosa esposa nunca más tocará una rueca de hilar.

Con lo que la joven fue liberada del odioso hilado del lino.

fin


Texto original en The Three Spinning Women.