Aquí os dejo uno de los cuentos mas conocidos de la historia de la literatura: Caperucita Roja (ATU, type 333). He recogido las dos versiones más extendidas. La primera es de Charles Perrault (recogida también por Andrew Lang en The Blue Fairy Book, 1889), al que se le atribuye la invención de esta breve narración (aunque numerosas fuentes afirman que era un cuento de tradición oral muy extendido en Europa). El final de Perrault sigue sorprendiendo hoy en día, y fue tal vez por eso por lo que la versión de los hermanos Grimm se convirtió en la preferida por las versiones posteriores del cuento. Así que el final que hemos oído desde la niñez ha sido este segundo, en donde el cazador salva a las dos protagonistas (la abuela y Caperucita Roja). Aquí os dejo las dos versiones. Recomiendo también que veáis el distinto trato que se le da al texto, y leáis entre líneas la moraleja que primero Perrault y luego los hermanos Grimm intentaron transmitir.
Escrito en 1697, por Charles Perrault.
Érase una vez una niña de pueblo, la más bonita que se haya
podido ver nunca. Su madre la quería con locura, y su abuela aún la quería más.
Esta buena mujer le había hecho a su nieta una capa roja con capucha, que le
sentaba tan bien a la niña, que por todas partes la llamaban Caperucita Roja.
Un día su madre, que había hecho unos pasteles muy ricos, le
dijo:
—Ve a ver cómo se encuentra la abuela, pues me han dicho que
está algo enferma, y le llevas unos pastelitos y un tarrito de mantequilla.
Caperucita Roja salió enseguida hacia la casa de su abuela,
que vivía en otro pueblo. Al atravesar el bosque se encontró con el compadre
lobo, que tenía muchas ganas de comérsela, aunque no se atrevió, pues estaban
cerca algunos leñadores. Le preguntó que adónde iba, y la pobre niña, que no
sabía que es peligroso pararse a hablar con un lobo, le dijo:
—Voy a ver a mi abuelita, y a llevarle estos pastelitos y
este tarrito de mantequilla.
—¿Vive muy lejos? —le dijo el lobo.
—Oh, sí —contestó Caperucita—. ¿Ves aquel molino que se ve
allá a lo lejos, pues en cuanto lo pases, en la primera casa del pueblo.
—¡Pues mira por donde! —dijo el lobo—. Yo quiero ir a verla
también; voy a ir por este camino y tú lo harás por aquel otro; a ver quién
llega antes.
El lobo echó a correr con todas sus fuerzas por el camino
más corto, mientras que la niña se fue por el camino más largo, entreteniéndose
en coger avellanas, corriendo detrás de las mariposas y haciendo ramilletes con
las flores que encontraba.
El lobo no tardó mucho tiempo en llegar a la casa de la
abuelita. Llamó a la puerta: Toc, toc.
—¿Quién es?
—Soy tu nieta, Caperucita Roja —dijo el lobo afinando la voz—,
y te traigo unos pastelitos y un tarrito de mantequilla que te manda mi madre.
La pobre abuela, que estaba en la cama porque se encontraba
algo enferma, le gritó:
—Tira de la aldabilla y se abrirá la puerta.
El lobo tiró de la aldaba y la puerta se abrió. Se abalanzó
entonces sobre la buena de la abuelita, devorándola en un santiamén, pues hacia
más de tres días que no probaba bocado. Después cerró la puerta y fue a
acostarse en la cama de la abuelita, esperando la llegada de Caperucita.
La niña llegó poco después y llamó a la puerta: Toc, toc.
—¿Quién es? —dijo el lobo.
Caperucita Roja, al oír el vozarrón del lobo, tuvo miedo al
principio, pero, creyendo que su abuelita estaba ronca, respondió:
—Soy tu nieta, Caperucita Roja, y te traigo unos pastelitos
y un tarrito de mantequilla, que te envía mi mamá.
El lobo le gritó, endulzando un poco la voz:
—Tira de la aldabilla y se abrirá la puerta.
Caperucita Roja tiró de la aldabilla y la puerta se abrió.
El lobo, viéndola entrar, le dijo, ocultándose en la cama bajo las mantas:
—Deja los pastelitos y el tarrito de mantequilla encima de
la cómoda y ven a acostarte conmigo.
Caperucita Roja se desnudó y fue a meterse en la cama; pero
se quedó muy sorprendida al ver cómo era su abuelita en camisa de dormir, y le
dijo:
—Abuelita, ¡qué brazos más grandes tienes!
—Son para abrazarte mejor, hija mía.
—Abuelita, ¡qué piernas más grandes tienes!
—Son para correr mejor, niña mía.
—Abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
—Son para oírte mejor, mi niña.
—Abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
—Son para verte mejor, niña mía.
—Abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
—¡Son para comerte mejor!
Y diciendo estas palabras, el lobo malvado se arrojó sobre
la pequeña Caperucita y se la comió, como había hecho con su abuelita.
Vemos aquí que los adolescentes
y más las jovencitas
elegantes, bien hechas y bonitas,
hacen mal en oír a ciertas gentes,
y que no hay que extrañarse de la broma
de que a tantas el lobo se las coma.
Digo el lobo, porque estos animales
no todos son iguales:
los hay con un carácter excelente
y humor afable, dulce y complaciente,
que sin ruido, sin hiel ni irritación
persiguen a las jóvenes doncellas,
llegando detrás de ellas
a la casa y hasta la habitación.
¿Quién ignora que los lobos tan melosos
son los más peligrosos?
Versión de Jakob y Wilhelm Grimm en 1812.
Érase una vez una pequeña y dulce coquetuela, a la que todo el mundo quería, con sólo verla una vez;
pero quien más la quería era su abuela, que ya no sabía ni qué regalarle. En
cierta ocasión le regaló una caperuza de terciopelo rojo, y como le sentaba tan
bien y la niña no quería ponerse otra cosa, todos la llamaron de ahí en
adelante Caperucita Roja.
Un buen día la madre le dijo:
—Mira Caperucita Roja, aquí tienes un trozo de torta y una
botella de vino para llevar a la abuela, pues está enferma y débil, y esto la
reanimará. Arréglate antes de que empiece el calor, y cuando te marches, anda
con cuidado y no te apartes del camino: no vaya a ser que te caigas, se rompa
la botella y la abuela se quede sin nada. Y cuando llegues a su casa, no te
olvides de darle los buenos días, y no te pongas a hurguetear por cada rincón.
—Lo haré todo muy bien, seguro —asintió Caperucita Roja,
besando a su madre.
La abuela vivía lejos, en el bosque, a media hora de la
aldea. Cuando Caperucita Roja llegó al bosque, salió a su encuentro el lobo,
pero la niña no sabía qué clase de fiera maligna era y no se asustó.
—Buenos días, Caperucita Roja! —la saludó el lobo.
—¡Buenos días, lobo!
—¿A dónde vas tan temprano, Caperucita Roja? —dijo el lobo.
—A ver a la abuela.
—¿Qué llevas en tu canastillo?
—Torta y vino; ayer estuvimos haciendo pasteles en el horno;
la abuela está enferma y débil y necesita algo bueno para fortalecerse.
—Dime, Caperucita Roja, ¿dónde vive tu abuela?
—Hay que caminar todavía un buen cuarto de hora por el bosque;
su casa se encuentra bajo las tres grandes encinas; están también los avellanos;
pero eso, ya lo sabrás —dijo Caperucita Roja.
El lobo pensó: «Esta joven y delicada cosita será un
suculento bocado, y mucho más apetitoso que la vieja. Has de comportarte con
astucia si quieres atrapar y tragar a las dos». Entonces acompañó un rato a la
niña y luego le dijo:
—Caperucita Roja, mira esas hermosas flores que te rodean;
sí, pues, ¿por qué no miras a tu alrededor? Me parece que no estás escuchando
el melodioso canto de los pajarillos, ¿no es verdad? Andas ensimismada como si
fueras a la escuela, ¡y es tan divertido corretear por el bosque!
Caperucita Roja abrió mucho los ojos, y al ver cómo los
rayos del sol danzaban, por aquí y por allá, a través de los árboles, y cuántas
preciosas flores había, pensó: «Si llevo a la abuela un ramo de flores frescas
se alegrará; y como es tan temprano llegaré a tiempo». Y apartándose del camino
se adentró en el bosque en busca de flores. Y en cuanto había cortado una, pensaba
que más allá habría otra más bonita y, buscándola, se internaba cada vez más en
el bosque. Pero el lobo se marchó directamente a casa de la abuela y golpeó a
la puerta.
—¿Quién es?
—Soy Caperucita Roja, que te trae torta y vino; ábreme.
—No tienes más que girar el picaporte —gritó la abuela—; yo
estoy muy débil y no puedo levantarme.
El lobo giró el picaporte, la puerta se abrió de par en par,
y sin pronunciar una sola palabra, fue derecho a la cama donde yacía la abuela
y se la tragó. Entonces, se puso las ropas de la abuela, se colocó la gorra de
dormir de la abuela, cerró las cortinas, y se metió en la cama de la abuela.
Caperucita Roja se había dedicado entretanto a buscar
flores, y cogió tantas que ya no podía llevar ni una más; entonces se acordó de
nuevo de la abuela y se encaminó a su casa. Se asombró al encontrar la puerta
abierta y, al entrar en el cuarto, todo le pareció tan extraño que pensó: «¡Oh,
Dios mío, qué miedo siento hoy y cuánto me alegraba siempre que veía a la
abuela!». Y dijo:
—Buenos días, abuela.
Pero no obtuvo respuesta. Entonces se acercó a la cama, y
volvió a abrir las cortinas; allí yacía la abuela, con la gorra de dormir bien
calada en la cabeza, y un aspecto extraño.
—Oh, abuela, ¡qué orejas tan grandes tienes!
—Para así, poder oírte mejor.
—Oh, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
—Para así, poder verte mejor.
—Oh, abuela, ¡qué manos tan grandes tienes!
—Para así, poder cogerte mejor.
—Oh, abuela, ¡qué boca tan grandes y tan horrible tienes!
—Para comerte mejor.
Como nota curiosa añado la última película sobre este cuento, estrenada en 2011. |
No había terminado de decir esto el lobo, cuando saltó fuera
de la cama y devoró a la pobre Caperucita Roja.
Cuando el lobo hubo saciado su voraz apetito, se metió de
nuevo en la cama y comenzó a dar sonoros ronquidos. Acertó a pasar el cazador
por delante de la casa, y pensó: «¡Cómo ronca la anciana! Debo entrar a mirar,
no vaya a ser que le pase algo». Entonces, entró a la alcoba, y al acercarse a
la cama, vio tumbado en ella al lobo.
—Mira dónde vengo a encontrarte, viejo pecador! —dijo—; hace
tiempo que te busco.
Entonces le apuntó con su escopeta, pero de pronto se le
ocurrió que el lobo podía haberse comido a la anciana y que tal vez podría
salvarla todavía. Así es que no disparó sino que cogió unas tijeras y comenzó a
abrir la barriga del lobo. Al dar un par de cortes, vio relucir la roja
caperuza; dio otros cortes más y saltó la niña diciendo :
—¡Ay, qué susto he pasado, qué oscuro estaba en el vientre
del lobo!
Y después salió la vieja abuela, también viva aunque casi
sin respiración. Caperucita Roja trajo inmediatamente grandes piedras y llenó
la barriga del lobo con ellas. Y cuando el lobo despertó, quiso dar un salto y
salir corriendo, pero el peso de las piedras le hizo caer, se estrelló contra
el suelo y se mató.
Los tres estaban contentos. El cazador le arrancó la piel
al lobo y se la llevó a casa. La abuela se comió la torta y se bebió el vino
que Caperucita Roja había traído y Caperucita Roja pensó: «Nunca más me
apartaré del camino y adentraré en el bosque cuando mi madre me lo haya pedido».
fin