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lunes, 17 de febrero de 2014

La historia del joven Rey Dolvan y la Reina Hielo

Ejercicio literario inspirado en cuentos tradicionales del norte de Europa. 


Pues bien, ya que tantas ganas tenéis de conocer la historia del joven Rey Dolvan y la Reina Hielo, os la contaré. Esto sucedió hace tantos, tantísimos años, y en una tierra tan, tan lejana, que mejor haremos en no nombrarlo; vivió por aquél entonces un joven príncipe cuyo padre murió demasiado pronto, dejándole a él, su único hijo, a cargo del trono. Había llegado a rey tan pronto que no le había dado tiempo a encontrar una hermosa mujer de la que enamorarse, pues una vez que heredó la corona, sus deberes para con el reino lo mantenían tan ocupado que nunca pudo preocuparse de encontrar esposa. 


Llegó un año en el que el joven rey tuvo que hacer frente a un invierno tan duro que, pasada la primavera, aún permanecían congeladas las cosechas. El reino entero pasaba hambre al no tener qué comer, y pidieron ayuda a Su Majestad, que prometió hacer todo lo que estuviese al alcance de su mano para ayudar a su pueblo. Decidió entonces hacer llamar a una anciana hechicera, bien conocida por todos por su inabarcable sabiduría, y recurrió a ella en busca de una respuesta para ese eterno invierno.

―Joven Rey ―le habló la anciana―, la razón de este largo invierno se encuentra oculta en el bosque, y es allí donde la encontraréis; pero debo advertiros de que, dado que los tesoros que allí os aguardan no son la causa de vuestro sufrimiento, rehusad tocarlos, o el invierno os alcanzará a vos también.

El Rey Dolvan no entendió muy en profundidad las palabras de la vieja hechicera, pero ahora sabía dónde podía hallar la respuesta a ese largo invierno; pero como él no podía ir al bosque por sus múltiples obligaciones tuvo que delegar la búsqueda en uno de sus mejores soldados.

―Recordad, soldado, lo que advirtió la anciana ―le dijo el Rey―: no toquéis ninguno de los tesoros, ya que no son la causa que buscamos, o el invierno os alcanzará a vos también.

Éste marchó con decisión hacia el bosque, y se adentró cuanto pudo, caminando durante varios días y varias noches, hasta que se topó con un magnífico jardín de puertas de oro custodiado por dos efigies que dormían. En cuanto el soldado se acercó a la puerta sonaron mil cascabeles que pendían de finos hilos de araña, de forma que eran casi imposibles de ver, y esto despertó a los centinelas, que le hablaron así:

―¿Qué es aquello que venís a buscar al Jardín de las Riquezas?

El soldado recordó las palabras de su rey y así pudo hacerles frente:

―Busco la causa de este largo invierno ―respondió con firmeza.

―Bien ―dijeron las efigies―, aquí la hallaréis; pero no oséis tocar ninguno de los tesoros de la Reina.

El soldado asintió y avanzó por el jardín, contemplando con asombro la infinidad de tesoros que lo llenaban: desde oro y joyas, lujosas ropas, hermosos muebles y radiantes flores, hasta libros olvidados, pergaminos de tiempos muy remotos, animales exóticos, y mesas llenas de manjares. Y al final del sendero que vertebraba el Jardín de las Riquezas se alzaba un gran castillo, pero no llegó hasta sus puertas, ya que a medio camino se topó con una enorme jaula de puro oro donde dormía un maravilloso pájaro con plumas de fuego, que brillaba como el sol y transmitía el calor propio de una tarde estival.

―Este debe ser el pájaro que nos trae el verano tras el invierno: alguien lo ha debido enjaular y por eso el hielo no desaparece ―pensó el soldado, y alargó las manos para abrir la jaula, pero sus dedos comenzaron a helarse. Cuando tocó el metal precioso sus brazos se transformaron en puro hielo hasta los codos, y entonces apartó las manos, las cuales ya no podía mover. 

Entonces salió corriendo de allí, asustado, y llegó lo más rápido que pudo al castillo de su Rey Dolvan, y una vez allí relató lo sucedido. El Rey se dio cuenta de que el encerramiento de ese pájaro de fuego no era la razón de que el invierno durase tanto, por lo que decidió enviar a una segunda persona; a aquel soldado, cuyos brazos quedaron congelados hasta los codos, le tuvieron que cortar la zona helada.

Motivo del jardín maravilloso
(fotografía de Abbotsford Gardens en Escocia).
El Rey envió entonces a un sabio de su Corte, esperando que él sí pudiese encontrar la respuesta ente los tesoros de aquel maravilloso jardín. El sabio marchó con decisión hacia el bosque, y se adentró cuanto pudo, caminando durante varios días y varias noches, hasta que se topó con un magnífico jardín de puertas de oro custodiado por dos efigies que dormían. Como había ocurrido con el soldado, los cascabeles sonaron en cuanto se acercó la puerta, y los centinelas se despertaron, preguntándole:

―¿Qué es aquello que venís a buscar al Jardín de las Riquezas?

―Busco la causa de este largo invierno.

―Bien ―dijeron las efigies―, aquí la hallaréis; pero no oséis tocar ninguno de los tesoros de la Reina.

El sabio vio enseguida el castillo, que supuso que sería de la Reina a la que pertenecía el Jardín de las Riquezas, pero no podía perder tiempo en ir a preguntarle a Su Majestad y volver para buscar la causa del largo invierno, por lo que caminó por el jardín buscando aquella causa durante mucho más tiempo de lo que le costó atravesar el bosque, y finalmente llegó a una grandiosa biblioteca que albergaba cientos de millones de volúmenes, de los cuales la gran mayoría no conocía. Decidió que podía retrasar durante unas horas su búsqueda, pues ya había dedicado días a ella y no había encontrado nada; se cuidó mucho de no tocar los libros, y se dedicó a leer los títulos de los lomos y a leer las pocas páginas que podía de algún libro que habían dejado abierto en el suelo. Caminó y caminó por los pasillos de la biblioteca hasta que encontró en lo más profundo de las estancias un gigantesco libro entorno al que nevaba. Se asomó y supo que se trataba del Libro de las Estaciones, que se había quedado abierto en la página de las heladas que trae el invierno, y entonces vio claro que esa era la causa que buscaba. Cerró el libro, notando cómo sus dedos se helaban, y lo cogió como pudo con los dos brazos, que al instante se transformaron en puro hielo, y del peso del volumen, se quebraron, y cayeron junto con el libro, que se abrió por la página de la época de la plantación de la primavera.

El sabio, asustado, salió de allí corriendo y sin brazos, y llegó incluso más rápido de lo que lo había hecho el soldado al Castillo de su Rey Dolvan, al que le explicó todo lo sucedido. El Rey se dio cuenta de que el Libro de las Estaciones no era la causa de ese largo invierno, ya que se había quedado abierto en la página de la primavera, y todavía helaba en el reino. Después de que al sabio le tuviesen que amputar los hombros congelados el Rey decidió ir él mismo en persona a encontrar la causa de ese largo invierno, y se dirigió al Jardín de las Riquezas.

Extrañamente llegó al Jardín de las Riquezas mucho antes de lo que lo habían hecho el sabio y el soldado antes que él. Una vez allí se encontró con que las efigies ya estaban despiertas, pues no les había dado tiempo a dormirse después de ver salir corriendo al sabio que los había visitado antes que el Rey Dolvan. 

―¿Qué es aquello que venís a buscar al Jardín de las Riquezas? ―le preguntaron, como Dolvan ya esperaba que hicieran gracias al relato de sus dos vasallos. 

―Busco la causa de este largo invierno.

―Bien ―dijeron las efigies―, aquí la hallaréis; pero no oséis tocar ninguno de los tesoros de la Reina.

Dolvan asintió y entró en el jardín, pero no se detuvo ni un instante para contemplar las maravillas que le rodeaban, y se dirigió directamente al castillo que se alzaba al final del Jardín de las Riquezas. Una vez a las puertas del castillo estas se abrieron sin que tuviese que llamar, y entró sin vacilación alguna, hallando en el interior del castillo un hermoso Salón del Trono cubierto de nieve recién caída, rodeado por árboles que daban frutos de piedras preciosas, y custodiado por un enorme trono de oro que se alzaba justo en el medio. Y sobre el trono aguardaba sentada la joven más hermosa que hubiese podido ver nunca Dolvan, y cayó perdidamente enamorado de ella.

Motivo de la Reina de las Nieves, del Invierno,
o del Hielo.
―Decidme, joven Rey, qué es lo que queréis de mí ―dijo la soberana.

―¿Sois vos la causa de este largo invierno?

―Sí, lo soy.

―Entonces he venido a pediros que deis paso a la primavera; todo mi reino muere de hambre debido a que el hielo nos ha impedido obtener cosechas, y padece enfermedades debido al frío.

―Demostrad antes lo buen rey que sois de vuestro reino, e id a buscarme el peine hecho de perlas que está en mi jardín; si me lo traéis, daré paso a la primavera.

El joven Rey aceptó y marchó corriendo en busca del peine de perlas. En su camino se topó con el pájaro de plumas de fuego, al que no le había dado tiempo a dormirse después de los gritos del último visitante.

―¿Qué buscáis, joven Rey? ―preguntó la criatura.

―El peine hecho de perlas de la Reina Hielo.

―Llamadme Fénix y os llevaré hasta él.

―Ave Fénix, ¿dónde se encuentra el peine que busca la Reina Hielo?

Entonces el pájaro abrió con el pico la puerta de la jaula donde reposaba y salió al camino, extendiendo sus enormes alas. Le permitió al Rey Dolvan subirse a él y lo llevó volando hasta donde el peine se hallaba, y luego lo llevó de vuelta hasta su jaula. El joven Rey se lo agradeció con una reverencia y corrió de vuelta al Salón del Trono. Por el camino, no se dio cuenta, se le congelaron los dedos de la mano que portaba el peine, dado que en el fondo no era esa la causa de ese largo invierno.

La Reina Hielo se enfadó al ver que el Rey le había llevado el peine tal y como ella le había pedido, a pesar, incluso, de sus dedos congelados; no quería levantar el frío de esas tierras.

―Joven Rey, demostrad de nuevo el buen soberano que sois para vuestro pueblo, e id a buscarme la rosa azul que está en mi jardín; si me la traéis, daré paso a la primavera.

El joven Rey aceptó, y marchó de nuevo, pero esta vez se dirigió directamente a la jaula del pájaro de fuego.

―¿Qué buscáis, joven Rey? ―le preguntó de nuevo la criatura.

―La rosa azul de la Reina Hielo.

―Llamadme Fénix y os llevaré hasta ella.

―Ave Fénix, ¿dónde se encuentra la rosa que busca la Reina Hielo?

El pájaro volvió a abrir la jaula, pues había vuelto a acomodarse en ella para intentar dormir un poco más, y extendió las alas, permitiéndole al Rey Dolvan subirse a él, y lo llevó volando hasta donde la rosa se hallaba, y luego lo llevó de vuelta hasta su jaula. El joven Rey volvió a agradecérselo con una reverencia y corrió de vuelta al Salón del Trono; no se dio cuenta de que el hielo se había extendido por el brazo que sujetaba la rosa.

La Reina Hielo no daba crédito a la insistencia del joven Rey por recuperar el calor para su reino, y se enfadó aún más. Cogió la rosa de su mano helada con furia, haciéndose sin querer una herida en la mano por las espinas: entonces decidió qué pedirle esa vez.

―Joven Rey, demostrad por última vez el buen noble que sois para vuestra gente, e id a buscarme el almíbar del Árbol de la Vida que está en mi jardín, para que pueda curarme estas heridas; si me lo traéis, daré paso a la primavera.

El joven Rey aceptó de nuevo, esta vez a regañadientes, pues la soberana le había prometido ya dos veces que devolvería la primavera si le traía sus objetos. Volvió junto a la jaula de oro donde había conseguido dormirse el pájaro de fuego, y lo llamó.

―Oh, Ave Fénix, decidme, ¿qué tengo que hacer para que la Reina Hielo retire el frío al fin?

La criatura se despertó y se apiadó del joven Rey, así que se lo contó todo:

―Soy en realidad el padre de la Reina Hielo, el Rey Fuego, convertido en ave por la vieja hechicera que os dijo que encontraríais la causa del largo invierno en este jardín; y las efigies de la puerta son los hermanos mayores de la Reina. Cuando aún tenía forma humana le pedí consejo a la anciana para casar a mi hija, dado que la tristeza que le provocaba la soledad hacía que cada invierno durase más que el anterior, y fuese aún más frío. Pero debido al hechizo que nos somete, que no se deshará hasta que encuentre esposo, la Reina Hielo ha entrado en cólera. La única manera de hacer que mi hija de paso a la época estival es encontrando a alguien que sea capaz de amarla, y del que ella se enamore a su vez.

―Oh, Rey Fuego, pero yo ya la amo con todo mi ser.

Motivo del pájaro de fuego o ave fénix.
Motivo del ayudante sobrenatural.
―Es por eso, entonces, por lo que la vieja hechicera nos transformó: debía ayudarte a llegar hasta ella ―dijo el pájaro―. Llámame Fénix y te llevaré hasta el almíbar que pide para curar sus heridas, pues ¿no es eso lo que te había pedido esta vez?; llámame Rey Fuego para que te lleve hasta el Salón del Trono desde el que antes reinaba en este jardín.

El Rey Dolvan así lo hizo: cogieron el almíbar del Árbol de la Vida y fueron al castillo para curar la soledad de la Reina Hielo. Sin embargo, durante el camino, el joven Rey había visto convertirse en puro hielo el brazo con el que sujetaba el frasco de almíbar, y había comenzado a helársele el pecho. El calor del pájaro de fuego no era suficiente para retirar la escarcha. Cuando llegó a los pies de la Reina Hielo ya apenas conseguía respirar, y supo entonces que iba a morir.

―Aquí tenéis vuestro almíbar, Reina Hielo ―pudo decir el joven Rey―, ahora, os lo suplico, devolvedle el calor a mi gente.

―¿Seríais capaz de morir por vuestro reino? ¿Seríais capaz de morir aquí mismo a causa de ese hielo que os rodea? ―quiso saber la soberana.

―Ahora que sé que al fin he encontrado el amor, pues os amo, puedo morir en paz, mi señora.

La Reina Hielo quedó tan conmovida por las palabras del joven Rey Dolvan que derramó una cálida lágrima que resbaló por su mejilla hasta que cayó sobre la nieve que cubría el Salón del Trono. Al instante todo el frío desapareció, y al fin llegó la primavera al reino. La soberana utilizó el almíbar del Agua de la Vida para curar las crueles heridas del joven Rey, y tras esto, el Rey Fuego y los dos centinelas del Jardín de las Riquezas, los hermanos de la Reina, volvieron a su forma original, y volvieron también todos los sirvientes que había albergado el castillo antes de que el invierno se apoderase de él. 

El joven Rey Dolvan se casó con la Reina Hielo, que prometió usar sus poderes sólo en la época del año que le correspondía, y así el reino se salvó; y todos lo celebraron durante días, semanas, e incluso años. Y si aún sienten esa dicha, aún hoy seguirán celebrándolo.

fin

Texto original de María Segura Usúa.