N U E V A P Á G I N A

TRASLADAMOS LA BIBLIOTECA DE LOS CUENTOS DE HADAS a:


¡GRACIAS POR SEGUIR LEYENDO ESTAS PÁGINAS!

martes, 28 de enero de 2014

La muchacha que peinaba perlas

Este cuento, de origen portugués, fue recopilado por Consiglieri Pedroso en Portuguese Folk-Tales, vol.9, por la Folk Lore Society Publications (traducc. Miss Henrietta Monteiro, Nueva York) en 1882. Pero poco más puedo decir de esta maravillosa historia. En el libro de Cuentos de Hadas Ilustrados (adapt. Neil Phillip; ilustr. Nilesh Mistry) se comenta que en otras variaciones del cuento la muchacha tiene el don de que cuando habla salen de su boca oro y joyas, mientras que de la boca de la rival solo salen sapos. Prometo, sin embargo, añadir más información conforme la vaya consiguiendo. De momento, disfrútenlo.



H
abía una vez
una mujer que tenía un hijo y una hija. El hijo era marinero. Un día, la madre, sintiéndose muy enferma, a las puertas de la muerte, llamó a su hija y le dijo:

—Ahí, te doy esta toalla y este peine; nunca uses otra toalla salvo esta para secarte, u otro peine para cepillar tu cabello.

Después de decir esto murió. Tras la muerte de su madre, la hija siempre cumplía con la orden de su madre. Cuando ella usaba el peine, muchas perlas de gran tamaño caían de su cabello; y cuando se secaba con la toalla ocurría lo mismo. La joven se lo contó a su hermano, y él le aconsejó guardar todas esas perlas que habían caído y agruparlas en racimos. La joven después de formar seis racimos con las perlas que tenía, el hermano le dijo que las cogería y las vendería a algún rey en su próximo viaje. 

Y así pasó después de embarcar, y al llegar a cierto continente se dirigió al palacio a ofrecer los seis racimos de perlas al rey para venderlas. El sirviente apareció y le ofreció cogerlas para enseñárselas a su majestad, pero el marinero lo rechazó, diciendo que quería ser él mismo quien se las mostrase para poder acordar un precio. Entró en las estancias del rey, y su majestad encontró aquellas perlas hermosas y extrañas, y pagó una gran cantidad de dinero por ellas, preguntando dónde había descubierto tan valioso artículo. El joven le contó todo a su majestad, relatándole cómo su madre, al morir, le había dado a su hermana una toalla y  un peine, y que cada vez que ella se peinaba o se secaba con aquella toalla, muchas y muy grandes perlas caían de su cabello. El rey dijo que debía traer a su hermana y presentársela, junto con la toalla y el peine; añadió que si aquello que decía era cierto, se casaría con su hermana; si resultaba falso, él moriría. 

El joven marinero volvió feliz y dichoso a casa, y le explicó a su  hermana todo lo que había pasado. La hermana, muy complacida del resultado de la entrevista de su hermano con el rey, decidió coger la toalla y el peine y acompañar a su hermano al continente para casarse con el rey. Después de su marcha ella informó a la vecina de que iba a ser reina. La vecina le pidió que hiciera una buena obra, viendo que ahora iba a ser rica y noble, y que permitiera que ella y su hija la acompañasen.

El día de su partida llegó, y todos embarcaron; la muchacha y el hermano, la vecina y su hija. Cuando se encontraron mar adentro, la vecina le dio a la muchacha una bebida con veneno. Como la muchacha se puso muy enferma, el hermano, ansioso por salvarla, cada día iba a preguntarle cómo se sentía. Un día la vecina le dio una cantidad de veneno tal que la muchacha quedó como muerta. El hermano, creyendo que había muerto, cogió su cuerpo, y con mucho dolor lo lanzó al mar, como era la costumbre. Tras esto empezó a lamentarse, diciendo lo muy desgraciado y miserable qu eera ahora, como si en su hermana se hubiesen centrado las únicas esperanzas de prosperar en la vida. 

La astuta vecina, oyendo esto, le aconsejó al joven hacer pasar a su hija por su hermana ante el rey, y llevarla al palacio para presentarla. El hermano respondió que la dificultad no consistía en eso, sino en que temía que la toalla y el peine no funcionasen e su hija como lo habían hecho con su hermana. Ellos lo probaron en la chica, pero no cayó ninguna perla ni ninguna otra cosa cuando ella los usó. La vecina dijo entonces que no era de esperar que funcionasen, pero que en el momento en el que estuviesen en presencia del rey la toalla y el peine obrarían el milagro sin ninguna duda.

Llegaron a tierra y los tres se dirigieron directamente al palacio. El joven marinero presentó a la hija de su vecina, a la toalla y al peine ante el rey, diciendo que era su hermana. El rey ordenó que usase la toalla, pero no cayó nada. Luego se peinó con el peine, pero en vez de perlas cayó caspa. El rey se enfadó mucho, y le dijo al marinero:

—Así que me has engañado. Ahora irás a prisión, y después se te condenará a muerte. 

Justo en este momento, un sirviente que había ido a la playa con su caña para pescar para el servicio de su majestad, al llegar al mar, había visto una gigantesca ballena que había encallado en la playa y había muerto. Pero había visto algo moverse desde dentro, y había oído una voz diciéndole:

—¡Sácame de aquí, sácame de aquí!.

El sirviente había cogido un cuchillo y con mucho cuidado había cortado la piel de la ballena, y, tras esto, había visto que se asomaba la cabeza de una joven, y así continuó cortando hasta que contempló con asombro cómo la joven salía entera del vientre del gigantesco pez. Él la había llevado consigo, pero le había dicho que debía mantenerla guardada en una habitación del palacio, y que no debía decirle a nadie más que se encontraba allí. La muchacha le contó toda su historia y lo que había ocurrido durante el viaje, y cómo se había encontrado en las profundidades del mar y cómo aquella ballena la había salvado.


El sirviente, por su parte, le contó que la vecina había estado en el palacio, presentando a su hija con falsos colores al rey, y todo lo que siguió; y le informó de que su hermano había sido aprisionado y estaba bajo sentencia de muerte. 

Al llegar al palacio la muchacha se había encerrado en una estancia. Ella miraba a través de la ventana todos los días hacia la prisión donde su hermano estaba detenido, y en una ocasión cuando lo hizo vio una perrita que le había pertenecido a ella y a su hermano, y llamando a su mascota le dijo así:

—Cilindra, dime, ¿cómo está hoy mi hermano?

La perrita respondió:

—Él espera diariamente que le envíen a su ejecución; y hoy es el primer día que el pregonero lo publica. 

Al día siguiente la  muchacha volvió a mirar por la ventana, y otra vez le preguntó a la perrita:

—Cilindra, dime, ¿cómo está hoy mi hermano?

La perrita contestó:

—¡Hoy el pregonero ha hecho pública su sentencia de muerte por segunda vez!

Entonces el sirviente que había liberado a la muchacha, al oír esto, fue al rey a revelarle todo el complot que habían realizado contra ella. El rey, oyendo esto, dijo:

—Si lo que dices es cierto, llámame mañana cuando la muchacha vuelva a hablar con el perro, porque deseo oír lo que tiene que decir.

Al día siguiente, en ese momento, el rey se mantuvo junto a la ventana de su cámara para observar y oír a la muchacha. Él oyó que ella decía:

—Cilindra, dime, ¿cómo está hoy mi hermano?

Y que la perrita contestaba:

—¡Hoy la ejecución se ha hecho pública por última vez! 

Cuando el rey oyó esto ordenó que el hermano y la hermana fueran llevados ante su presencia; y al ver a la muchacha le dijo que se secase la cara con la talla, y al instante, después de hacerlo, comenzaron a caer perlas de su cabello. Luego le ordenó que se peinase con aquel peine maravilloso, y al instante, después de hacerlo, comenzaron a caer grandes y extrañas perlas justo como las que había visto en los racimos. El rey ordenó condenar a muerte la astuta vecina y su hija, y se casó con la muchacha. Y el hermano tuvo el gran honor de convertirse en el cuñado del rey. 

fin