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jueves, 23 de enero de 2014

La historia del Rey Hielo

Hoy os traigo un cuento ruso, que tan de moda se han puesto últimamente debido a la última película de Walt Disney Studios, Frozen (2013). La historia de Father Frost (ATU, type 480 - "The Kind and the Unkind Girls") la recogió Aleksandr Afanásyev en Narodnye russkie skazki (1855-1863), y posteriormente Andrew Lang en The Yellow Fairy Book (1894) bajo el título de The Story of the King Frost, título que he utilizado para esta versión del cuento. La traducción del término frost por 'hielo' en vez de 'escarcha', como sugiere también la película de Rise of the Guardians (2012), no es al azar. Hago así mi pequeño homenaje al simpático personaje de la serie de animación Adventure Time (2010), el Rey Hielo.


Basado en las ilustraciones de Henry J. Ford
para Fairy Books de Andrew Lang.
En una tierra muy, muy lejana de algún lugar de Rusia, vivía una madrastra que tenía una hijastra y también una hija suya. Su hija era cariñosa con ella, y siempre, hiciera lo que hiciera, su madre era la primera en alabarla, y la acariciaba; pero le dedicaba pocos elogios a su hijastra; y aunque era buena y dulce, no tenía otra recompensa que el reproche. ¿Qué podría haber hecho sobre la tierra? El viento sopla, pero a veces para de soplar; sin embargo, la malvada mujer nunca sabía como parar su maldad. Un soleado aunque frío día la madrastra le dijo a su marido:

—Ahora, viejo, quiero que te lleves a tu hija fuera de mi vista, lejos de mis oídos. No deberías llevarla con otra gente a un izba caliente. Deberías llevarla a los amplios amplísimos campos helados.

El anciano padre se tornó triste, incluso empezó a llorar, y sin embargo ayudó a la pequeña a subirse al trineo. Deseó poder cubrirla con una piel de oveja para protegerla del frío; no obstante, no lo hizo. Tenía miedo; su mujer lo observaba a través de la ventana. Y así llevó a su hija a los amplios amplísimos campos helados; la llevó cerca del bosque, dejándola allí sola, y se alejó rápidamente. Él era un buen hombre y no quería ver la muerte de su propia hija.

Sola, muy sola, permaneció la dulce niña. Con el corazón roto y afligida por el miedo repetía fervientemente todos los rezos que se sabía.

El Rey Hielo, el todopoderoso soberano de aquel lugar, vestido con pieles, con una larga larguísima barba blanca y una brillante corona sobre su blanca cabeza, una vez que estuvo cerca, vió a su hermosa invitada y preguntó:

¿Sabes quién soy? ¿Yo, el Rey de nariz roja?

—Sé bienvenido, Rey Hielo contestó gentilmente la joven niña. Espero que nuestro Señor celestial te envíe por mi alma pecadora.

—¿Estás cómoda, dulce pequeña? —preguntó el Rey Hielo. Estaba muy complacido por su agradable aspecto y sus buenos modales.

—En efecto lo estoy —contestó la niña, casi sin aliento debido al frío.

Y el Rey, alegre y radiante, mantuvo la escarcha en las ramas hasta que se helaron, pero la chica, que era bondadosa por naturaleza, repitió:

—Estoy muy cómoda, querido Rey Hielo.

Ilustración de Henry J. Ford para Fairy Books
de Andrew Lang.
Pero el Rey, de todas formas, sabía todo acerca de la debilidad de los hombres; él sabía muy bien que pocos de ellos eran realmente buenos y amables; pero también sabía que ninguno de ellos, aunque fuese fuerte, podría soportar el frío durante mucho tiempo frente al poder del Rey Hielo, el rey del invierno. La bondad de la pequeña chica encantó al Rey de tal manera que tomó la decisión de tratarla de forma diferente a los otros humanos, y le dio un enorme y pesado baúl lleno con muchas cosas hermosas. Le dio un riquísimo abrigo de las más hermosas pieles; le dio un edredón de seda ligero como las plumas y cálido como el abrazo de una madre. ¡Qué rica se había vuelto ella y cuán magníficos regalos recibía! Y sobre todo, el viejo Rey le dio un sarafan [traje regional ruso] azul decorado con plata y perlas. 

Cuando la joven se vistió con todo se convirtió en una doncella tan hermosa that even the sun smiled at her.

La madrastra estaba en la cocina ocupada cocinando panqueques para la comida, que era costumbre de servir al sacerdote y a los amigos después del servicio habitual a los muertos.

—Ahora, viejo hombre —le dijo la mujer a su marido—, ve abajo a los amplios campos y trae el cuerpo de tu hija; nosotros la enterraremos.

El hombre partió. Y el pequeño perro de la familia, desde la esquina agitó su cola y dijo:

—¡Guau-guau! ¡Guau-guau! La hija del viejo hombre está yendo a casa, más hermosa y feliz de lo que nunca había sido antes, y la hija de la vieja mujer es más malvada de lo que nunca había sido antes.

—¡Mantente callada, bestia estúpida! —le gritó la madrastra, y golpeó al pequeño perro.

—Aquí, coge el panqueque, cómelo y di: "la hija la vieja mujer se casará pronto y a la hija del viejo hombre pronto la enterrarán".
Ilustración de Henry J. Ford para Fairy
Books
de Andrew Lang.

El perro se comió el panqueque y dijo otra vez:

—¡Guau-guau! ¡Guau-guau! La hija del viejo hombre vendrá pronto a casa más sana y feliz de lo que nunca había estado antes, y la hija de la vieja mujer está en algún lugar alrededor de la casa y es más malvada de lo que nunca había sido antes.

La vieja mujer estaba furiosa con el perro, pero a pesar de los panqueques y golpes, el perro repetía las mismas palabras una y otra vez.

Alguien abrió la puerta, se escucharon voces riendo y hablando fuera. La vieja mujer miró fuera y se tuvo que sentar de la sorpresa. La hijastra parecía una princesa, brillante y feliz con las más brillantes prendas, y detrás de ella el viejo padre que apenas tenía fuerzas suficientes como para llevar el pesado pesadísimo baúl con los ricos trajes.

—¡Viejo! —le llamó la madrastra, impaciente—; engancha nuestro mejor caballo a nuestro mejor trineo, y lleva a mi hija al mismo lugar en el amplio amplísimo campo helado.

El viejo hombre obedeció, como de costumbre, y llevó a su hijastra al mismo lugar y la dejó sola.

El viejo Rey Hielo estaba allí; se acercó a su nueva invitada.

—¿Estás comoda, joven dama? —preguntó el soberano de nariz enrojecida.

—Déjame sola —contestó duramente la chica—; ¿no puedes ver que mis pies y mis manos están ateridos por el frío?

El Rey permaneció quieto y de vez en cuando le volvía a preguntar, no obstante no llegó ninguna respuesta educada de la enfadada y congelada joven, que cada vez estaba más cerca de la muerte.

—Viejo, ve ahora a por mi hija; tráela con el mejor caballo; ten cuidado; no arañes el trineo; no pierdas el baúl.

Y el pequeño perro desde la esquina dijo:

—¡Guau-guau! ¡Guau-guau! La hija del viejo hombre se casará pronto; a la hija de la vieja mujer la enterrarán pronto.

—No mientas. Aquí está el pastel; cómelo y di: "la hija de la vieja mujer vestirá de plata y perlas".

La puerta se abrió, la vieja mujer corrió y besó los rígidos y helados labios de su hija. La mujer lloró y lloró, pero ya no había forma de ayudarla, y comprendió al final que por culpa de su propia maldad y envidia su hija había muerto.

fin

Un cariñoso saludo al Rey Hielo de
Hora de Aventuras.

Texto original de Father Frost 
(Verra Xenophontovna Kalamatiano Blumenthal, Folk Tales from the Russian, 1903).