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martes, 22 de noviembre de 2011

Rapónchigo

Quizás no conozcáis el cuento por este título, Rapónchigo (ATU, type 310), ya que los hermanos Grimm lo titularon Rapunzel, la doncella de la torre (1857). Este peculiar nombre procede de la flor rapónchigo, comúnmente conocida como campanillas (o campanula rapunculus), cuya raíz es rubia. Esta flor se encuentra en toda Europa, pero especial en países como Alemania. Es, pues, un cuento tradicional europeo. En el cuento de los hermanos Grimm la anciana que posteriormente conoceréis se llama Madre Gothel, al igual que en la versión de Disney, Enredados (título original: Tangled) y es una hechicera. Esta versión se cree que es de origen ibérico. El antecedente inmediato de esta historia fue publicado por Friedrich Schultz en Kleine Romane, vol.5 (1790), retomado a su vez de una larga tradición oral.



Hubo una vez, hace mucho tiempo, un matrimonio pobre que vivía en una choza tan mal construida que el frío entraba hasta en las noches de verano. Un fatídico día la mujer se puso gravemente enferma, y su marido, desesperado por salvarle la vida, le preguntó si necesitaba de alguna planta especial para prepara la medicina que la curase. La mujer contestó que con las raíces del rapónchigo se podía hacer una pócima curativa. El campesino, que no sabía dónde encontrar dicha planta, fue a visitar a una vieja anciana con fama de malvada bruja, pero antes de llamar a su puerta vio en su jardín un montón de rapónchigos plantados y, temiendo la negativa de la anciana, los cogió sin permiso. Volvió corriendo a casa con su mujer y le preparó la medicina. Ella, tan pronto como se curó, le pidió a su marido más rapónchigos, ya que le había encantado su sabor. Él, no queriendo desobedecerla, se volvió a colar en el jardín de la anciana y se los llevó a su mujer.
Ocurrió así muchas veces, hasta que un día la vieja, sabiendo que alguien le robaba sus preciados rapónchigos, salió al jardín y descubrió al ladrón. El hombre, asustado, no pudo moverse, y la anciana, alzando su bastón, lo maldijo.
—¡Pagarás por haber robado mis rapónchigos! Deberás pagarme con tus servicios tantos años como rapónchigos hayas robado.
—¡Pero no puedo hacer eso! ¡Esos serían muchos años! Y tengo que permanecer con mi mujer.
—Entonces —dijo la anciana—, me pagarás dándome a tu primogénito.
El hombre lo meditó, y teniendo en cuenta que en sus años de matrimonio aún no habían concedido a ningún hijo supuso que nunca llegarían tenerlo, así que accedió. Pero a los pocos meses su mujer se quedó embarazada, y pronto dio a luz a una preciosa niña. Pasaron dos noches y como la anciana no venía a reclamarla ambos creyeron que se le había olvidado el trato, pero en la tercera noche apareció reclamando su pago, y se llevó a la niña a la que llamó Rapónchigo por el color de sus cabellos.
Cuando esta cumplió los seis años la llevó a una torre altísima en medio de un profundo bosque para que estuviese lejos del mundo corrupto y criarla así como a una hija. Durante el día la anciana visitaba a Rapónchigo y la cuidaba, y por la noche la dejaba dormir sola en aquella torre. Sin embargo estaba segura, ya que el único acceso a ésta era trepar por la larga cabellera de la niña. Nunca se había cortado, así que la trenza de esta era tan larga que permitía el acceso a la torre. 
Rapónchigo creció preguntándose porqué no podía salir de la torre, pero siempre que se atrevía a comentárselo a la anciana esta se ponía furiosa y no volvía, como castigo, en dos días, a lo que la pobre niña se moría de hambre.
Un día un caballero paseaba por esa zona del bosque cuando oyó un dulce cantar, y curioso, aguardó hasta que vio a la anciana bajar trepando de la alta torre por una cuerda, y curioso, aguardó al alba para ver a la anciana regresar y gritarle a la torre:
—¡Rapónchigo, deja caer tu pelo!
El caballero, asombrado de aquello, volvió a la noche siguiente para, una vez estuviese la anciana fuera, poder trepar la torre. Así que se situó al pie de esta y gritó «Rapónchigo, deja caer tu pelo». Al instante una larga trenza dorada descendió por la torre hasta casi llegar al suelo. El caballero, con algo de reserva al principio, usó la extraña soga para ascender la pared de piedra hasta llegar a la cima, donde encontró junto a la ventana a una hermosa joven de grandes ojos y blanca piel.
—¿Quién eres tú? —preguntó la muchacha, asustada.
—Soy un príncipe.
Ella jamás había visto a un hombre, pero aquel caballero fue tan dulce con ella que se le fue el miedo, y pronto se hicieron grandes amigos, y pronto él le pidió que se casasen y huyesen al reino de su padre. Rapónchigo, temiendo dejar sola a la anciana, decidió que por el momento no, pero que podría pasar con él las noches. Así que durante el día Rapónchigo estaba con la ignorante vieja, y durante la noche estaba con el príncipe.
Y esto ocurrió así hasta que un día Rapónchigo, asustada, le preguntó a la mujer porqué le quedaban estrechos los vestidos, y esta puso el grito en el cielo al observar que se había quedado embarazada.
—¡Maldita! ¡A mí, que te he intentado proteger del mundo, me desobedeces! ¡Estás embarazada y a saber qué malparido te ha provocado esto! Tú, ingenua criatura, ¡pagarás por esto! —y furiosa tiró tanto de los cabellos de la muchacha que los puso en tensión, y con unas tijeras, le cortó sus extensos rizos dorados.
—Así jamás podrás volver a verle —la maldijo, y la llevó lejos, a un desierto, para que jamás pudiese encontrar a su príncipe y muriese con el parto.
La anciana aguardó esa misma noche a que volviese el caballero para acabar también con él. Cuando este llamó a Rapónchigo para subir, la anciana arrojó la trenza y el hombre trepó. Cuando alcanzó la cima y vio a la anciana exigió saber el paradero de Rapónchigo, a lo que ella contestó que nunca la encontraría.
—Te quedarás ciego y vagarás por el mundo sin poder encontrarla -y fue a clavarle agujas en los ojos cuando el príncipe saltó por la ventana, con tal mala suerte que cayó sobre unos matorrales espinosos que le hirieron los ojos.
Así que el príncipe, llorando por el dolor de todo aquello y ciego, vagó sin rumbo durante años hasta que llegó el desierto donde se encontraba Rapónchigo. Una vez allí comenzó a oír un dulce cantar, y lo siguió hasta que halló a Rapónchigo. Ella, al verle, fue corriendo a abrazarlo y le lloró sobre el rostro de la felicidad que sentía. Esas lágrimas curaron al instante las heridas del joven príncipe y le permitió así recobrar la vista.
Los dos enamorados se abrazaron con fuerza y, una vez que Rapónchigo le presentó a sus dos hijos pequeños, pues había tenido gemelos, partieron de vuelta al reino de su padre, donde vivieron felices muchos años.

fin