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lunes, 24 de marzo de 2014

La hija de Nuestra Señora

1904, Heinrich Lefler y Joseph Urban.
Our Lady's Child es una de las muchas traducciones de Marienkind (KHM 3), título original, que le dieron los hermanos Grimm a este cuento en su primera publicación de 1812. Es un cuento de marcada temática religiosa, que sin embargo se sitúa dentro del margen de los cuentos de hadas debido a que en el texto no conocemos la verdadera identidad de esa «señora muy alta y hermosa que llevaba en la cabeza una corona de brillantes estrellas». Otros elementos cristianos son el pecado de la mentira, y la identificación de la protagonista con una ogra, criatura muy utilizada (junto a los trols, gigantes, etc.) para designar a alguien no cristiano. Se sitúa en el motivo 710 de ATU, «the Black Madonna» (norte de Europa), aunque en la edición de 2004 de la clasificación el nombre de este motivo es el mismo que el de este cuento, «Our Lady's Child».


Otros cuentos con ogros, trols y gigantes:
La bella durmiente en el bosque, versión de Charles Perrault (1697).
Al este del sol y al oeste de la luna, recopilado por P.C. Asbjørnsen y Jørgen Moe (1841).
Los zapatos gastados de tanto bailar, recopilado por Consiglieri Pedroso (1882).



Art Nouveau, illustrations for a 1904 German
edition of Grimm’s fairytales, the story of Mary's Child.
Illustrations by Heinrich Lefler and Joseph Urban.
A la entrada de un extenso bosque vivía un leñador con su mujer y un solo hijo, una niña de tres años de edad; pero eran tan pobres que no podían mantenerla, pues carecían del pan de cada día. Una mañana fue el leñador muy triste a trabajar y cuando estaba partiendo la leña, se le presentó de repente una señora muy alta y hermosa que llevaba en la cabeza una corona de brillantes estrellas, y dirigiéndole la palabra le dijo: 

—Soy la señora de este país. Tú eres pobre miserable; tráeme a tu hija, la llevaré conmigo, seré su madre y tendré cuidado de ella.

El leñador obedeció; fue a buscar a su hija y se la entregó a la señora, que se la llevó a su palacio. La niña era allí muy feliz: comía bizcochos, bebía buena leche, sus vestidos eran de oro y todos procuraban complacerla. Cuando cumplió los catorce años, la llamó un día la señora, y la dijo:

Querida hija mía, tengo que hacer un viaje muy largo; te entrego esas llaves de las trece puertas de palacio, puedes abrir las doce y ver las maravillas que contienen, pero te está prohibido tocar a la decimotercia que se abre con esta llave pequeña; guárdate bien de abrirla, pues te sobrevendrían grandes desgracias.

La joven prometió obedecer, y en cuanto partió la señora comenzó a visitar las habitaciones; cada día abría una diferente hasta que hubo acabado de ver las doce; en cada una se hallaba el sitial de un rey, adornado con tanto gusto y magnificencia que nunca había visto cosa semejante. Llenábase de regocijo, y los pajes que la acompañaban se regocijaban también como ella. No la quedaba ya más que la puerta prohibida, y tenía grandes deseos de saber lo que estaba oculto dentro, por lo que dijo a los pajes que la acompañaban. 

No quiero abrirla toda, mas quisiera entreabrirla un poco para que pudiéramos ver a través de la rendija. 

¡Ah! no dijeron los pajes, sería una gran falta, lo ha prohibido la señora y podría sucederte alguna desgracia.

La joven no contestó, pero el deseo y la curiosidad continuaban hablando en su corazón y atormentándola sin dejarla descanso. Apenas se marcharon los pases, dijo para sí: 

Ahora estoy sola, y nadie puede verme.

Tomó la llave, la puso en el agujero de la cerradura y la dio vuelta en cuanto la hubo colocado. La puerta se abrió y apareció, en medio de rayos del más vivo resplandor, la estatua de un rey magníficamente ataviada; la luz que de ella se desprendía la tocó ligeramente en la punta de un dedo y se volvió de color de oro. Entonces tuvo miedo, cerró la puerta muy ligera y echó a correr, pero continuó teniendo miedo a pesar de cuanto hacía y su corazón latía constantemente sin recobrar su calma habitual; y el color de oro que quedó en su dedo no se quitaba a pesar de que todo se la volvía lavarse.

Al cabo de algunos días volvió la señora de su viaje, llamó a la joven y la pidió las llaves de palacio; cuando se las entregaba la dijo: 

¿Has abierto la decimotercera puerta?

No contestó. 

La señora puso la mano en su corazón, vio que latía con mucha violencia y comprendió que había violado su mandato y abierto la puerta prohibida. Le dijo sin embargo otra vez. 

¿De veras no lo has hecho?

No contestó la niña por segunda vez.

La señora miró el dedo, que se había dorado al tocarle la luz; no dudó ya de que la niña era culpable y la dijo por tercera vez: 

¿No lo has hecho?

No contestó la niña por tercera vez. La señora la dijo entonces: 

No me has obedecido y has mentido, no mereces estar conmigo en mi palacio.

La joven cayó en un profundo sueño y cuando despertó estaba acostada en el suelo, en medio de un lugar desierto. Quiso llamar, pero no podía articular una sola palabra; se levantó y quiso huir, mas por cualquiera parte, que lo hiciera, se veía detenida por un espeso bosque que no podía atravesar. En el círculo en que se hallaba encerrada encontró un árbol viejo con el tronco hueco que eligió para servirla de habitación. Allí dormía por la noche, y cuando llovía o nevaba, encontraba allí abrigo. Su alimento consistía en hojas y yerbas, las que buscaba tan lejos como podía llegar. Durante el otoño reunía una gran cantidad de hojas secas, las llevaba al hueco y en cuanto llegaba el tiempo de la nieve y el frío, iba a ocultarse en él. Gastáronse al fin sus vestidos y se la cayeron a pedazos, teniendo que cubrirse también con hojas. Cuando el sol volvía a calentar, salía, se colocaba al pie del árbol y sus largos cabellos la cubrían como un manto por todas partes. Permaneció largo tiempo en aquel estado, experimentando todas las miserias y todos los sufrimientos imaginables.

Un día de primavera cazaba el rey del país en aquel bosque y perseguía a un corzo; el animal se refugió en la espesura que rodeaba al viejo árbol hueco; el príncipe bajó del caballo, separó las ramas y se abrió paso con la espada. Cuando hubo conseguido atravesar, vio sentada debajo del árbol a una joven maravillosamente hermosa, a la que cubrían enteramente sus cabellos de oro desde la cabeza hasta los pies. La miró con asombro y la dijo: 

¿Cómo has venido a este desierto?

Mas ella no le contestó, pues le era imposible despegar los labios. El rey añadió, sin embargo. 

¿Quieres venir conmigo a mi palacio?

Le contestó afirmativamente con la cabeza. El rey la tomó en sus brazos; la subió en su caballo y se la llevó a su morada, donde la dio vestidos y todo lo demás que necesitaba, pues aun cuando no podía hablar, era tan bella y graciosa que se apasionó y se casó con ella.

Había transcurrido un año poco más o menos, cuando la reina dio a luz un hijo; por la noche, estando sola en su cama, se la apareció su antigua señora, y la dijo así: 

Si quieres contar al fin la verdad, y confesar que abriste la puerta prohibida, te abriré la boca y te volveré la palabra, pero si te obstinas e insistes en el pecado e insistes en mentir, me llevaré conmigo tu hijo recién nacido.

Entonces pudo hablar la reina, pero dijo solamente: 

No, no he abierto la puerta prohibida.

La señora la quitó de los brazos su hijo recién nacido y desapareció con él. A la mañana siguiente, como no encontraban el niño, se esparció el rumor entre la servidumbre de palacio de que la reina era ogra y le había matado. Todo lo oía y no podía contestar, pero el rey la amaba con demasiada ternura para creer lo que se decía de ella.

Transcurrido un año, la reina tuvo otro hijo; la señora se la apareció de nuevo por la noche y la dijo: 

Si quieres confesar al fin que has abierto la puerta prohibida te volveré a tu hijo, y te desataré la lengua, pero si te obstinas en tu pecado y continúas mintiendo, me llevaré también a este otro hijo.

Art Nouveau, illustrations for a 1904 German
edition of Grimm’s fairytales, the story of Mary's Child.
Illustrations by Heinrich Lefler and Joseph Urban.
La reina contestó lo mismo que la vez primera: 

No, no he abierto la puerta prohibida.

La señora cogió a su hijo en los brazos y se le llevó a su morada. Por la mañana cuando se hizo público que el niño había desaparecido también, se dijo en alta voz habérsele comido la reina y los consejeros del rey pidieron que se la procesase; pero la amaba con tanta ternura que les negó el permiso, y mandó no volviesen a hablar más de este asunto bajo pena de la vida.

Al año tercero la reina dio a luz una hermosa niña, y la señora se presentó también a ella durante la noche, y la dijo: 

Sígueme.

La cogió de la mano, la condujo a su palacio, y la enseñó a sus dos primeros hijos, que la conocieron y jugaron con ella, y como la madre se alegraba mucho de verlos, la dijo la señora: 

Si quieres confesar ahora que has abierto la puerta prohibida, te volveré a tus dos hermosos hijos.

La reina contestó por tercera vez: 

No, no he abierto la puerta prohibida.

La señora la volvió a su cama, y la tomó su tercera hija.

A la mañana siguiente, viendo que no la encontraban, decían todos los de palacio a una voz: 

La reina es ogra, hay que condenarla a muerte.

El rey tuvo en esta ocasión que seguir el parecer de sus consejeros; la reina compareció delante de un tribunal y como no podía hablar ni defenderse, fue condenada a morir en una hoguera. Estaba ya dispuesta la pira, atada ella al palo, y la llama comenzaba a rodearla, cuando el arrepentimiento tocó a su corazón. 

Si pudiera pensó para sí—, confesar antes de morir que he abierto la puerta.

Y entonces exclamó: 

Sí, señora, soy culpable.


Apenas se la había ocurrido este pensamiento, cuando comenzó a llover y se la apareció la señora, llevando a sus lados los dos niños que la habían nacido primero y en sus brazos la niña que acababa de dar a luz, y dijo a la reina con un acento lleno de bondad: 

Todo el que se arrepiente y confiesa su pecado es perdonado.


Art Nouveau, illustrations for a 1904 German
edition of Grimm’s fairytales, the story of Mary's Child.
Illustrations by Heinrich Lefler and Joseph Urban.

La entregó sus hijos, la desató la lengua y la hizo feliz por el resto de su vida.

fin

Esta versión ha sido tomada de La hija de la Virgen María,
del original Mary's Child (KHM 3).